La esperanza luego de la decepción

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Anna Ortiz

Nota del editor

El texto que sigue se inspira en la historia de Victoria Moreno, una joven costarricense que, en su búsqueda de un nuevo horizonte, emigró a Panamá tras perder toda esperanza en su tierra natal, anhelando un futuro más prometedor.

El 12 de enero de 2019 marcó un giro radical en mi vida. Estaba en mi modesto hogar en San José, sumida en la desolación. Había perdido mi empleo como maestra por confiar en la persona equivocada, lo que llevó a mi despido abrupto. De un solo golpe, mi vida quedó en ruinas; lo perdí todo. Lo único de valor que me quedaba eran mis ahorros, que se iban desvaneciendo gradualmente junto con mis esperanzas de volver a trabajar. La angustia me llevó a tomar la difícil decisión de emigrar.

Mientras intentaba planificar mi futuro, pasé varias noches en vela buscando una forma asequible de cruzar la frontera entre Costa Rica, mi tierra natal, y Panamá.

El 9 de febrero emprendí mi viaje. Mentalizada y preparada, con tan solo una bolsa al hombro, comencé a caminar, consciente de que me esperaba un trayecto de casi un día completo en una carretera desolada y difícil de atravesar por las frías noches.

En mi búsqueda de una vida mejor, enfrenté numerosos retos. Mi salud se deterioró, y mis deseos de vivir se desvanecían minuto a minuto. Aquella joven soñadora, de cabello castaño, tez blanca y ojos color miel, ya no existía; se había desmoronado en medio de las adversidades.

En algún punto del trayecto, experimenté fuertes dolores en todo el cuerpo. No sabía la causa, pero eran insoportables. La angustia y la fatiga se apoderaron de mí a tal grado que me desmayé en medio de la ruta. Al recobrar el conocimiento, sentí pesadez en todo el cuerpo y me fue imposible levantarme.

Postrada en el suelo, como si mi vida careciera de valor, comencé a reflexionar. ¿Realmente valía la pena seguir? Lo pensaba una y otra vez. El malestar era tan agudo que llegué a considerar poner fin a mi existencia; añoraba mi vida pasada, cuando me entusiasmaba planear mis clases y ayudar a mis estudiantes. Anhelaba volver el tiempo atrás.

Miré al cielo nublado; no auguraba nada bueno. Sin embargo, en el instante en que las gotas de lluvia cayeron en mi rostro y abrí la boca para saborearlas, me sentí viva. Con las últimas fuerzas que me quedaban, continué mi camino.

Una vez en Panamá, me costó encontrar un lugar donde quedarme, pero hallé personas bondadosas que me brindaron apoyo. Una de ellas fue mi prometido y futuro esposo, Hugo, a quien conocí mientras trabajaba como camarera en un restaurante. No obstante, también me topé con individuos crueles que me denigraban y trataban con apatía.

Con el tiempo, conseguí un empleo estable en la ciudad de Panamá como maestra, lo que mejoró significativamente mis condiciones de vida. Lamentablemente, aún enfrento la enfermedad de Crohn, diagnosticada hace dos años, que resulta complicada de tratar debido a los constantes dolores abdominales, fiebres, diarrea y cansancio, entre otros síntomas.

Siento que he renacido como el ave fénix; ya no queda rastro de esa joven maestra inexperta que confiaba en exceso en las personas. Esa chica se fue para regresar renovada, como una mejor versión de sí misma, tanto en lo personal como en lo profesional.

Me llamo Victoria Moreno, una joven costarricense de 28 años, y soy una inmigrante.

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