El miércoles 15 de octubre de 1958, en la sala de parto del Centro de Salud Magalí E. Ruiz, nació Julio César Cruz González. ¿Quién hubiera imaginado que aquel niño sano sufriría 37 años después un accidente automovilístico que cambiaría su vida para siempre?
La infancia de Julio fue feliz, rodeado del amor y cuidado de sus padres, Simón y Aurelia, a pesar de las dificultades económicas que enfrentaban. En 1967, la familia se mudó a La Chorrera. Entre el bullicio de la ciudad y el constante vaivén de los autos, Julio disfrutaba recorriendo las calles con dos de sus hermanos, descubriendo un entorno muy diferente al de su vida anterior en el campo.
Con el tiempo, Julio creció y se convirtió en un joven con aspiraciones. Obtuvo su bachillerato e ingresó a la universidad con la intención de convertirse en periodista. Sin embargo, las circunstancias lo llevaron a abandonar ese sueño y comenzar a trabajar como operador de equipo pesado, un campo en el que destacó durante quince años.
En el transcurso de su vida, conoció a su esposa Nereyda, con quien construyó un hogar y tuvo cuatro hijos: Natanael, Ismael, Nereyda y Naideth. La vida parecía ir bien hasta que, el 14 de noviembre de 1995, un trágico accidente le cambió la vida.
Aquel día, Julio salió de casa para trabajar con el entusiasmo habitual. La empresa le asignó la tarea de usar uno de los camiones para recoger un cargamento de tierra. Después de descargar el material en un proyecto, se encontró con problemas al intentar salir del terreno, que estaba húmedo por la lluvia del día anterior. A pesar de varios intentos, no pudo liberar el camión.
Preocupado, Julio pidió prestada una cadena a un compañero. Colocó el cable sobre la plataforma de la retroexcavadora, apoyando un pie sobre él y el otro en el escalón de la maquinaria. Mientras avanzaba hacia el camión, no se dio cuenta de que uno de los extremos del alambre se deslizaba lentamente y se enredaba en la llanta de la máquina.
El cable lo jaló bruscamente, arrojándolo al suelo y fracturando la mayoría de sus huesos. En un instante, la retroexcavadora pasó sobre su pierna. Su compañero, al escuchar su grito, detuvo la máquina y los vecinos acudieron a ayudar. Un transeúnte lo trasladó al hospital Nicolás A. Solano de La Chorrera.
En el hospital, los médicos actuaron rápidamente, pero le dieron la triste noticia: no podían salvar su pierna; la única opción era amputarla. Con lágrimas en los ojos y un dolor profundo, Julio aceptó la decisión.
Mientras se recuperaba en el hospital, Julio estaba preocupado por cómo sostendría a su esposa y sus hijos con su discapacidad que lo limitaba físicamente. Determinado a no rendirse y a seguir trabajando para ellos, encontró consuelo en el apoyo de su familia. Seis meses después del accidente, recibió su primera prótesis, lo que le permitió enfrentar su nueva realidad con mayor ligereza.
Han pasado 28 años desde aquel trágico accidente, y hoy Julio continúa trabajando con el mismo ánimo de siempre. La vida le ha presentado tanto momentos buenos como malos, pero él enfrenta cada desafío con resignación y valentía, aceptando lo que le depara el camino.
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