Migrantes: la historia de Pablo

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Alexandra Ansola Montaño

“No se fue de su país buscando riquezas. Buscaba una calle donde pudiesen caminar sus hijos” (Erik del Bufalo).

Muchas personas abandonan su patria para encontrar nuevas oportunidades en tierras extranjeras, a pesar de que ese sueño implique enfrentar desafíos y sacrificios. Uno de esos migrantes es Pablo Argüelles.

Nació en el seno de una familia humilde a las afueras del departamento de Boaco, en Nicaragua. Sus padres eran campesinos y él tenía la responsabilidad de ayudar con las tareas del campo. "La vida del campo es dura, me hubiera gustado ir a la escuela", señala. Pablo deseaba tener una infancia como la de otros niños y no tener que trabajar.

Aunque no pudo asistir a la escuela, aprendió a escribir su nombre y algunas palabras con un viejo libro de su padre, gracias a la ayuda de su madre, Victoria. Era un chico de 1,60 metros, con ojos marrones, solía ser muy tímido y de pocas palabras, pero era muy amable. La piel agrietada en sus manos evidenciaba años de arduo trabajo.

En 2018, cuando Pablo cumplió veinte años, decidió vivir con su novia, Carolina Martínez, conocida cariñosamente como Caro. Ella era una chica de cabello castaño y ojos color miel. Después de mudarse juntos, Pablo continuó trabajando en las tierras de su familia.

En abril de 2019, el Banco Central de Nicaragua informó que la economía local había decrecido un 3,9 %. A pesar de que muchas personas buscaban suerte en otros países del continente americano como Costa Rica, Estados Unidos y Panamá, Pablo y Carolina optaron por trabajar en una finca en Jinotega. Las primeras semanas fueron exitosas, pero con el tiempo, la situación se volvió difícil. La pareja regresó a las tierras de la familia Argüelles.

Ante un panorama poco esperanzador, Pablo tomó una de las decisiones más difíciles de su vida: emigrar a Panamá. Con sus ahorros y dos mochilas en mano, compró un boleto de autobús.

Llegó al Istmo en octubre de 2019 y consiguió trabajo en la construcción con la ayuda de personas que había conocido en el autobús, aunque él solo sabía usar el machete. Miguel, un panameño con experiencia en albañilería, le ofreció todo su conocimiento y apoyo en este oficio.

Pablo ya estaba establecido en Panamá y le iba muy bien. Podía enviar dinero a sus padres y a Carolina en Nicaragua, ya que ella había quedado embarazada antes de que él emprendiera el viaje. Su mayor deseo era traer a su esposa para brindarle una mejor oportunidad de vida.

Sin embargo, en 2020, la pandemia de COVID-19 golpeó al mundo, imponiendo una cuarentena total. Al estar solo en el extranjero y lejos de su familia, Pablo decidió regresar a su tierra. Lo más difícil para él era saber que el país donde nació se estaba desmoronando por el coronavirus y los problemas sociales, mientras las personas que más amaba seguían allí.

Actualmente, Pablo se encuentra en su patria trabajando en las tierras de su familia y sueña con ofrecer un gran futuro a su hijo. Esta es la historia de Pablo Argüelles, un migrante nicaragüense que, a pesar de los desafíos, sigue luchando por los suyos.

 

 

 

 

 

 

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