Proceso de sentimientos

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Valeria Guadalupe Toyo Gamero

Fadrianny Vanessa, mi madre, siempre soñó con darme una mejor vida. Vio abrirse las puertas a innumerables posibilidades y metas que elevaron su intelecto, convirtiéndola cada día en una mujer más dedicada y trabajadora. Pero primero tuvo que aventurarse en lo desconocido.

Trabajó durante mucho tiempo para reunir el dinero necesario y concretar su objetivo principal: emigrar de su natal Venezuela para probar suerte en Panamá, un lugar completamente ajeno para ella. Finalmente, llegó el día y Fadrianny se mostró preocupada. Con un temor considerable por la nueva etapa, recordó el amor por su pequeña, a la que cariñosamente llamaba Lunita, un amor más fuerte que cualquier otro.

Lista para partir, el 30 de marzo de 2019, dejó atrás una vida entera en su lugar favorito. A medida que avanzaba, sus recuerdos aparecían. Sentía como si el aire no llegara a sus pulmones al rememorar sus experiencias: las noches de disco, el día en que bailó con su padre hasta agotarse, los domingos de almuerzos familiares. Comenzó a prestar atención incluso a los detalles más insignificantes, como los desayunos, las tardes en casa con todos reunidos, e incluso la cama en la que se recostaba cuando quería descansar. Y lo más importante, se percató de lo único que la hacía sentirse viva en cada segundo de su existencia: su hija.

Tras largas horas en un avión repleto de desconocidos, experimentó la soledad. Al llegar a Panamá, se dirigió a la casa de su amiga Mary, quien la recibió con alegría. Se instaló y se recostó en la cama. Se dio cuenta de que todo había cambiado, y en su mente solo resonaba el miedo.

Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó su celular. Llamó a su familia con el sufrimiento que sentía y un nudo en la garganta que apenas la dejaba hablar. "Llegué bien y voy a descansar, los amo", señaló. Cortó la llamada, se dio la vuelta y dejó fluir las lágrimas.

Amaneció, y Fadrianny se preparó para un nuevo día que implicaba buscar empleo. Logró conseguirlo una hora después y se lo comunicó a sus seres queridos. Comenzó a trabajar con esmero para mantenerse a sí misma y a su preciada hija. Laboraba sin descanso cada día como asesora de ventas para Claro. Conforme pasaban los meses, se agotaba y lloraba cada noche, anhelando reunirse nuevamente con los suyos y su Lunita, la razón de todo.

Un día, estando en su trabajo, conoció a uno de los pilares más significativos para su futuro: su jefe, quien la incorporó en su empresa como asesora en finanzas. Mientras estaba en trámites para trasladarse a España, ella aceptó con determinación.

Con el paso del tiempo, creció tanto en el ámbito profesional como personal. Luchó incansablemente hasta lograr todo lo que la llenaba de satisfacción y, lo más importante, hasta volver a ver a su pequeña.

Ser inmigrante no es solo vivir en un país que no es el propio, sino también enfrentar una realidad difícil y, sobre todo, lidiar con el sentimiento de extrañar. Por eso, cada segundo de su día es aprovechado al máximo.

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