Un deseo de superación

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Michelle Vidal

El bullicio, las mesas de ping-pong y los pasos largos y fuertes acompañan a Andrés día tras día durante el recreo. Sin embargo, no es él quien corre; las pisadas y los gritos de sus compañeros invaden su entorno, pero no son motivo para que él deje de avanzar en su silla de ruedas.

Andrés es un adolescente que cada mañana se levanta para ir a la escuela. A pesar de lidiar con una discapacidad física, esto no le impide estudiar ni llevar una vida convencional como cualquier chico de su edad.

Desde los cinco años, Andrés ha requerido el uso de una silla de ruedas y asistencia para su aseo personal, cambiarse de ropa, entre otras actividades cotidianas. Esto se debe a que nació con una anomalía congénita llamada mielomeningocele, un saco de líquido que se extiende desde su médula espinal y le impide caminar.

Durante los primeros meses del embarazo de su madre, todo transcurrió con normalidad. Sin embargo, al sexto mes se le diagnosticó hidrocefalia al niño que llevaba en su vientre, Andrés. En un ambiente de preocupación y desesperación, el médico les comunicó la noticia a los padres.

Entre lágrimas y desconsuelo, tratando de lidiar con la situación, los progenitores no sabían cómo manejar la condición del niño que estaba por nacer. Al octavo mes ocurrieron más complicaciones y el parto tuvo que ser acelerado, antes de completar los nueve meses de gestación. Frente a esta situación tan intensa, lucharon para salir adelante.

Andrés creció en medio de terapias, especialmente para sus brazos, que le ayudaban a desplazarse de un lugar a otro. Actualmente, tiene catorce años, cursa noveno grado en el Colegio Bilingüe Alfred B. Nobel y es muy sociable.

Él es consciente de que no podrá caminar y ha aceptado la idea con paciencia. A veces debe esperar para realizar ciertas tareas, como subir las escaleras para ir a su aula, con la ayuda de otras personas. Cuando suena el timbre del recreo, permanece en la planta alta esperando a que su padre le traiga la comida, y en ocasiones lo bajan para que esté más cerca del patio de juegos. Sus amigos son empáticos y le brindan compañía para que no esté solo todo el tiempo.

Andrés señala que se ha acostumbrado a ver a la gente caminar y no le molesta, ni siente envidia ni enojo. A la hora de los simulacros de desalojo, sale primero para evitar que los estudiantes o profesores se tropiecen con él y lo lastimen. Al final del día, espera con calma a su padre, quien lo recoge después del trabajo, lo sube al carro y lo lleva de regreso a casa. Es una rutina larga, pero diaria.

Andrés sabe que su familia y sus amigos lo aman, y que su discapacidad no lo hace diferente ni representa un obstáculo. Su sueño es ser ingeniero en tecnología, y está dispuesto a estudiar y esforzarse para conseguir un futuro brillante por encima de sus limitaciones físicas.

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