Un viaje de esperanza

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Maryori Rivera

Nota del editor

Un viaje en busca de nuevas oportunidades puede volverse un desafío abrumador ante situaciones fatales e inesperadas. Esta es la historia de Carolina, quien, en tierras lejanas, encontró la fuerza necesaria para emprender y transformar su vida.

Mi nombre es Carolina Jurado, tengo 45 años y nací en Bogotá, Colombia. Soy madre de Andrea, de veinte años, y Estephany, de diez. Desde hace algunos años, vivo en Panamá con mi padre, después de emigrar debido a la difícil situación económica que enfrentábamos en mi país.

En Colombia, trabajaba incansablemente hasta que mi cuerpo no podía más. Aunque no ganaba mucho, lograba conseguir algo de dinero. En ese tiempo, vivía con mis padres, Lorena y Julio Jurado. Cada día, ellos buscaban trabajo, pero debido a su edad avanzada, no conseguían empleo. Mi madre ayudaba a su amiga Isabela con sus ventas de comida, y al final de la jornada, obtenía la mitad de las ganancias. Mi padre no podía contribuir debido a problemas en la columna.

Me alegraba terminar mi jornada laboral y ver a mis hermosas hijas. Un día, mientras caminaba hacia la parada de autobuses, ya era muy tarde y no encontré ninguno. Tuve que andar durante una hora. Estaba cansada y necesitaba hidratarme, pero había dejado la botella en la tienda. Mis piernas temblaban, mis ojos se cerraron y al caer al suelo, un fuerte golpe en la cabeza me dejó inconsciente.

Permanecí dos meses en coma en el Hospital San Juan de Dios. Cuando desperté, estaba en una cama con mi familia a mi lado.

Al recuperarme, intenté volver al trabajo, pero me informaron que alguien ya había ocupado mi puesto. Esta noticia fue devastadora, ya que después del incidente tuvimos que pagar el hospital y nos quedamos sin dinero para otros gastos.

Poco después, nos sacaron de nuestra casa por falta de pago de la renta. Caminábamos de un lado a otro hasta que una señora nos vio en un parque y nos preguntó por qué estábamos allí. Tras contarle nuestra situación, nos ofreció su ayuda.

Esa mujer, llamada Estrella, había perdido a su familia en un accidente automovilístico. Conmovida por nuestra situación, nos propuso viajar a otro país en busca de nuevas oportunidades. Solo pasaron tres días antes de que partiéramos hacia Panamá. Realizamos el traslado en avión, un trayecto de una hora y veintiséis minutos que nos acercaba a un nuevo destino.

Nos alojamos en la casa de Estrella, en la provincia de Panamá Oeste. Dos meses después, ella regresó a Colombia. Este nuevo comienzo estaba lleno de posibilidades, y estábamos muy agradecidos con nuestro ángel.

Lamentablemente, la felicidad no duró mucho. Mi madre sufrió de bronquitis y enfermó de COVID-19, lo que llevó a su fallecimiento. Pasamos un mes de luto, mis hijas estaban muy tristes y no querían retomar sus estudios. Tuve que dar el primer paso, buscando un medio para generar ingresos y seguir adelante.

Convencí a las niñas de volver a clases, y mi padre me ayudaba con la limpieza de la casa. Yo no encontraba trabajo debido a la falta de documentos necesarios.

Desesperada, decidí emprender mi propio negocio vendiendo jugos naturales. Gracias a esta iniciativa, me di cuenta de que, con fe y esfuerzo, puedo alcanzar mis objetivos y ofrecer una mejor vida a los seres que amo. Hoy, al mirar por la ventana, me pregunto cómo será el futuro; aunque tengo la certeza de que será esperanzador, como este viaje que nos trajo hasta aquí.

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